La Desnaturalización del Imperialismo Cultural en Para leer al Pato Donald de Dorfman y Mattelart
La
Desnaturalización del Imperialismo Cultural en Para leer al Pato Donald de
Dorfman y Mattelart
El
análisis crítico de la cultura popular como herramienta de dominación
ideológica alcanza su máxima expresión en Para leer al Pato Donald (1971),
obra de Ariel Dorfman y Armand Mattelart que desentraña las estructuras
colonialistas y burguesas incrustadas en las narrativas de Disney. A través de
un enfoque crítico, los autores revelan cómo las historietas aparentemente
inocentes del Pato Donald, Tío Rico o Mickey Mouse no solo reflejan, sino que
también reproducen, los valores del capitalismo tardío y el imperialismo
cultural.
Este
ensayo busca expandir la discusión sobre tres ejes centrales: la función de
Disney como aparato ideológico, la infantilización de los sujetos subalternos y
la naturalización de la desigualdad económica. A diferencia de interpretaciones
que ven el libro solo como una crítica al capitalismo, aquí se sostendrá que su
verdadero valor está en mostrar cómo la cultura de masas influye en la
imaginación colectiva, impidiendo así cualquier cambio revolucionario.
La
premisa fundamental de Dorfman y Mattelart es que Disney opera como un
dispositivo de hegemonía cultural, concepto que alude a la dominación no solo
mediante la coerción, sino también a través del consentimiento. Las
historietas, al verse como un entretenimiento para todos, ocultan su mensaje
ideológico bajo la apariencia de entretenimiento. Los autores muestran que los
personajes de Disney representan valores burgueses, presentados como si fueran
simples e "inocentes". Por ejemplo, el Pato Donald no es simplemente
un personaje cómico; es la personificación del individuo alienado en el
capitalismo: un sujeto que fracasa constantemente en sus empleos, pero cuya
derrota se atribuye a su ineptitud personal, nunca al sistema económico.
Esta
historia refuerza el mito del "self-made man", tan importante en la
ideología estadounidense. Tío Rico, por su parte, representa la acumulación de
riqueza sin principios éticos: su avaricia no se critica, sino que se celebra
como una virtud basada en el esfuerzo individual. El mensaje subyacente es
claro: la riqueza es el resultado del trabajo personal, no de la explotación
colectiva. Así, Disney no solo entretiene, sino que también transmite un
mensaje ideológico.
Un
aspecto importante es cómo estas historias hacen que las jerarquías sociales
parezcan naturales. Los sobrinos de Donald, por ejemplo, a veces se rebelan
contra su tío, pero su resistencia siempre es controlada: critican su
comportamiento usando "sabiduría adulta", pero nunca cuestionan el
sistema que lo sostiene.
Uno
de los puntos más importantes del libro es su crítica al colonialismo cultural,
donde Disney presenta a los pueblos no occidentales como ingenuos, negándoles
su capacidad para hacer historia. Los personajes indígenas o
"exóticos" se reducen a estereotipos de inocencia primitiva, como los
nativos canadienses que intercambian oro por espejos en las historias de Tío
Rico. Este trueque desigual no es casual; refleja la lógica del colonialismo,
donde los recursos del Sur Global se extraen a cambio de objetos sin valor,
mientras se justifica la superioridad del mundo "civilizado".
La
figura del "buen salvaje" es particularmente
reveladora. Dorfman y Mattelart muestran cómo estos personajes son equiparados
con niños eternos, carentes de autonomía. En Fantasías N° 169, por
ejemplo, los pueblos subdesarrollados son retratados como incapaces de
gestionar sus propios recursos: "Jamás podrán [los nativos]
utilizar sus coronas, materias primas o petróleo... el progreso viene desde
afuera como un juguete mágico" (p. 64). Esta representación no
solo refuerza el paternalismo imperialista, sino que también borra las luchas
anticoloniales reales.
Vietnam,
bajo la pluma de Disney, se convierte en "Inestablestán",
un lugar donde la violencia es un "juego fratricida sin
razón" (p. 74). Al despolitizar conflictos históricos, Disney los
reduce a caricaturas, facilitando así la justificación de intervenciones
extranjeras. Esta estrategia no es exclusiva de los cómics; sigue vigente en la
cobertura mediática de guerras contemporáneas, donde el Sur Global es
representado como un espacio caótico que requiere la "guía" de
Occidente.
El
análisis del oro en las historias de Tío Rico es una de las críticas más agudas
del libro. Dorfman y Mattelart señalan que el oro en Disney no es solo un
recurso narrativo, sino un fetiche en el sentido que oculta las relaciones
sociales de producción que lo crean. En las historietas, el oro "aparece
como fruta de un árbol... sin que quien lo recoge tenga callos en las manos"
(p. 96). Esta representación elimina el trabajo minero, la explotación laboral
y el colonialismo que históricamente han acompañado su extracción.
En
el mundo de Disney, la riqueza parece un regalo mágico, no el resultado de la
explotación. Tío Rico guarda su dinero en una caja fuerte, pero nunca se
pregunta cómo lo consiguió. Esta historia refleja la ideología de la clase
alta, que separa el dinero de su verdadera fuente. Como señalan los
autores, "Disney convierte el oro en un dios… y a los hombres en
cosas que lo adoran" (p. 94).
Los
villanos en estas historias, como los Hermanos Metálicos y los Cuentos de
Barro, representan al proletariado estereotipado: torpes, codiciosos e
inmorales. Su fracaso al intentar robar el oro "demuestra" que no
merecen riqueza, reforzando la idea de que la pobreza es un defecto personal,
no un problema estructural. Esta lógica sigue presente en los discursos
neoliberales, que culpan a los pobres de su propia miseria.
El
libro también aborda cómo Disney regula la sexualidad y los roles de género.
Las mujeres en estas historietas existen como objetos pasivos: novias coquetas,
brujas malvadas o figuras maternales ausentes. No tienen autonomía; su valor
deriva exclusivamente de su atractivo sexual. Dorfman y Mattelart señalan
que "el único acceso a la existencia [de la mujer] es convertirse
en objeto sexual, infinitamente solicitada y aplazada" (p. 37).
Esta
represión no es accidental. Al eliminar el deseo sexual explícito; pero
mantener la coquetería, Disney refuerza una moral burguesa que controla el
cuerpo femenino. El resultado es un "mundo sexual asexuado" (p.
37), donde las relaciones humanas están desprovistas de conflicto real,
perpetuando así un orden patriarcal.
Así
también, analizan cómo Disney retrata la ciudad como un infierno moderno, un
espacio donde los personajes pierden el control frente a la burocracia y la
tecnología. En una cita reveladora, describen a Donald "enredado en los
objetos" (p. 45), víctima de su patín o de máquinas que lo humillan. Esta
representación no es casual: nos hace pensar que los problemas de las ciudades,
como la explotación o el sentirse ajeno al trabajo, son cosas personales, no
problemas del sistema. La solución que proponen las historias también es
engañosa: un "retorno a la naturaleza" tranquila, donde no hay
diferencias de clase. Pero, como dicen los autores, esa naturaleza idealizada
es solo una idea que oculta la explotación real de los recursos y tierras del
Sur Global. Así, la ciudad se ve como el lugar nocivo, mientras que el campo se
muestra como un lugar ideal, pero nunca como un sitio donde realmente se
lucharía por el cambio.
El
capítulo "El tiempo de las estatuas muertas" pone en duda la idea del
progreso tecnológico en Disney. Los inventos, como los de Giro Sin Tornillos,
son superficiales y ridículos, hechos para ser usados y luego descartados sin
cambiar el sistema social. "Todo se mueve, pero nada cambia"
(p. 130), dicen los autores, criticando cómo el capitalismo hace ver la
innovación como algo importante cuando en realidad oculta su estancamiento
político. La tecnología en Disney no libera, sino que solo entretiene. Un
ejemplo claro es cómo la historia se muestra como un museo estático: las
culturas antiguas se convierten en recuerdos exóticos, "sin conflictos
y transformadas en mercancía" (p. 144). Al borrar luchas históricas
como el colonialismo o la resistencia de los trabajadores, Disney refuerza la
idea de que el progreso es solo un camino recto y occidental. Esta idea sigue
presente hoy, cuando las grandes empresas prometen "revoluciones
tecnológicas" que rara vez benefician a los más necesitados.
En
una viñeta citada por Dorfman y Mattelart, Tío Rico declara: "Bueno,
esto es democracia. Un millonario y un indigente girando en el mismo
círculo" (p. 129). Esta frase sintetiza la crítica a la
democracia burguesa en Disney: un sistema donde ricos y pobres coexisten en una
igualdad ficticia, mientras el poder económico permanece intacto. Los
personajes marginales, como Tribilín, son "víctimas de sus propias
torpezas" (p. 17), nunca de estructuras injustas. En este caso,
la democracia no se presenta como participación, sino como un espectáculo que
justifica la jerarquía. Incluso cuando se critica la corrupción o la
contaminación, como en las historias donde Tío Rico destruye bosques, el final
siempre vuelve al orden establecido. "Disney denuncia los problemas del
sistema [...] para validarlo" (p. 147), afirman los autores,
anticipando discursos progresistas que en realidad no llevan a ningún cambio
real.
La
originalidad de Para leer al Pato Donald radica en su enfoque de la
cultura como un lugar de lucha política. Dorfman y Mattelart no solo critican a
Disney, sino que muestran cómo el mundo de las ideas se convierte en "un
arma de dominación" (p. 152), que cambia la relación entre la base
material y la conciencia. Al influir en la imaginación infantil, Disney no solo
refleja la ideología de la clase alta, sino que la reproduce activamente. Sin
embargo, los autores también ven una solución: la contra-cultura liberadora. Su
libro "no son cañonazos al aire, sino otra forma de golpear"
(p. 157), vinculada a movimientos como la revolución chilena. Hoy, esta visión
sigue siendo importante frente a monopolios como Disney, que controlan las
historias a nivel mundial. La pregunta sigue siendo: ¿cómo crear alternativas
que no repitan sus mismos mecanismos de poder?
En
este sentido, la figura del Pato Donald resume la crítica central del libro: es
el hombre común alienado, cuyo fracaso se atribuye a su ineptitud, no al
sistema. "Mientras Donald risueño deambule por Chile, el
imperialismo dormirá tranquilo" (p. 158), advierten los autores.
Esta advertencia trasciende su época: en la actualidad, plataformas como
Netflix o TikTok cumplen un rol similar, colonizando el ocio con contenidos que
naturalizan la desigualdad. Donald ya no es solo un personaje; es el prototipo
del consumidor pasivo, distraído por entretenimiento vacío mientras el mundo se
desmorona. La vigencia de Dorfman y Mattelart radica en recordarnos que la
cultura no es escapismo, sino el lugar donde se gana o pierde la batalla
ideológica. Para leer al Pato Donald no es solo una crítica; es un
llamado a la acción. Dorfman y Mattelart insisten en que la cultura no es un
reflejo pasivo de la economía, sino un campo de batalla donde se disputa el
poder.
Los
autores vinculan su análisis al contexto chileno de los años 70, donde la lucha
contra el imperialismo cultural era parte de un proyecto revolucionario más
amplio. Su crítica a Disney no era un ejercicio académico abstracto, sino "otra
forma de golpear [...] unida a la revolución chilena" (p. 157).
Esta perspectiva sigue siendo relevante hoy, cuando corporaciones como Disney
monopolizan la producción cultural global.
En
definitiva, sus textos son más que una crítica a Disney; es un manifiesto sobre
cómo la cultura de masas reproduce el colonialismo y el capitalismo. Dorfman y
Mattelart desmontan meticulosamente los mecanismos ideológicos que convierten
las historietas en "herramientas de dominación" (p.
10): desde el fetiche del oro que oculta la explotación, hasta la
infantilización de los pueblos subordinados que justifica su dominación. Su
análisis revela que Disney no es un simple entretenimiento, sino un "sueño
americano imperialista" (p. 150) que neutraliza el pensamiento
crítico.
El libro mantiene su vigencia en la actualidad. En un contexto donde corporaciones como Disney monopolizan la cultura a través de franquicias como Marvel y Star Wars, la advertencia sobre la "colonización de la imaginación" sigue siendo crucial. Sin embargo, los autores no proponen un rechazo absoluto de la cultura popular, sino la necesidad de disputar su significado: "Es necesaria otra concepción de la relación del hombre con el mundo" (p. 11). Su obra plantea una tarea fundamental: desnaturalizar los discursos dominantes y construir narrativas que desafíen las estructuras de poder. Mientras el Pato Donald siga siendo un ícono global, su crítica continuará siendo imprescindible.
REFERENCIA
BIBLIOGRÁFICA
Dorfman, A., Mattelart, A., & Schmucler, H. (1973). Para leer al Pato Donald. Ediciones Universitarias de Valparaíso, Universidad Católica de Valparaíso-Chile.
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