El shock como estrategia: mecanismos del neoliberalismo global
El shock como estrategia: mecanismos
del neoliberalismo global
Vivimos
en un mundo moldeado por crisis. Terremotos, guerras, colapsos financieros y
catástrofes naturales ocupan los titulares con una frecuencia inquietante. Sin
embargo, más allá del impacto visible de estos eventos, hay un patrón que se
repite con sospechosa consistencia: tras cada desastre, surge una oleada de
reformas económicas que benefician a unos pocos y empobrecen a las mayorías.
¿Es posible que el caos no sea simplemente un accidente, sino una oportunidad
estratégicamente utilizada? Esta inquietante pregunta es el punto de partida de
La doctrina del shock de Naomi Klein, una obra lúcida y provocadora que
revela cómo el neoliberalismo global ha avanzado valiéndose del trauma social y
del desconcierto colectivo. Este ensayo tiene como objetivo analizar
críticamente las ideas centrales del libro, examinando cómo el uso sistemático
del shock ha permitido imponer un modelo económico excluyente, violento y
profundamente antidemocrático a lo largo de distintas regiones y periodos
históricos.
Desde el
comienzo, Klein propone una crítica al mito de que las sociedades avanzan de
forma lineal hacia la libertad y el progreso. Lo que muestra es más bien un
patrón repetido: gobiernos y élites económicas aprovechan momentos de caos para
introducir políticas extremas que normalmente serían rechazadas por la mayoría.
Estas políticas incluyen privatizaciones masivas, recortes al gasto social,
desregulación de los mercados y debilitamiento del Estado. La idea de que todo
debe ser entregado al mercado se convierte en el centro de la acción política,
sin importar las consecuencias humanas.
Un
elemento clave de esta estrategia es lo que Klein llama la "tabla
rasa", una noción peligrosa que asume que todo lo anterior debe ser
destruido para empezar de nuevo. Esta idea ha estado presente en múltiples
contextos: dictaduras militares, colapsos financieros, transiciones forzadas al
capitalismo e incluso ocupaciones militares. Para lograr esta supuesta
renovación, se aplican medidas radicales mientras la sociedad se encuentra
aturdida, sin capacidad de respuesta. Como señala la autora, “el miedo y la
desorientación son las condiciones ideales para la imposición de medidas
impopulares”.
En este
sentido, en muchos de los casos analizados por Klein, la violencia directa ha
sido una herramienta fundamental para aplicar esta doctrina. Desde las torturas
psicológicas promovidas por programas secretos de la CIA hasta la represión
militar en América Latina, se ha utilizado el dolor físico y mental como forma
de romper la resistencia. Lo mismo ocurre a nivel colectivo: cuando un país
atraviesa una crisis económica, un golpe de Estado o una guerra, se genera un
trauma que abre la puerta a reformas agresivas. Así como las personas en estado
de shock quedan vulnerables a manipulaciones, las sociedades también pueden ser
moldeadas cuando están debilitadas por el dolor.
Uno de
los ejemplos más emblemáticos es el experimento neoliberal en Chile, donde la
dictadura de Pinochet aplicó políticas diseñadas por economistas formados en
Estados Unidos, conocidos como los “Chicago Boys”. Estas reformas incluyeron la
liberalización total del mercado, la eliminación de derechos laborales y la
privatización de bienes comunes. Todo esto se realizó en paralelo con una
represión brutal. En palabras del general Ibáñez del Campo, que luego serían
citadas en el libro: “en Chile, la economía se liberó mientras las personas
fueron encarceladas”. Esta frase resume con crudeza cómo la libertad económica
se construyó sobre la supresión de otras libertades.
Pero
Chile no fue una excepción. El mismo modelo se replicó en Argentina, Bolivia,
Uruguay y más tarde en Rusia, Sudáfrica, Irak y otras regiones. En cada uno de
estos contextos, la doctrina del shock se manifestó con variantes específicas,
pero con la misma lógica: aprovechar momentos de vulnerabilidad para rediseñar
el sistema a favor de los intereses del capital. En Sudáfrica, por ejemplo, se
negoció una transición política hacia la democracia, pero las decisiones
económicas clave fueron cerradas bajo acuerdos que blindaron el neoliberalismo.
Aunque se “terminó” la separación política, la economía siguió estando en manos
de unos pocos.
La
estrategia también se utilizó en países que no vivían bajo dictaduras. En Gran
Bretaña y Estados Unidos, por ejemplo, se utilizaron las guerras, las
recesiones y los atentados terroristas para justificar reformas drásticas. El
gobierno de Margaret Thatcher enfrentó una fuerte oposición popular, pero logró
consolidar su proyecto después de la guerra de las Malvinas, al reactivar el
orgullo nacional. En Estados Unidos, el atentado del 11 de septiembre de 2001
abrió un periodo de miedo e inseguridad que permitió la expansión del aparato
militar y la privatización de funciones estatales. En palabras de Klein, “el
miedo se convirtió en una economía en sí misma”
Las
corporaciones jugaron un papel clave en todo este proceso. No solo financiaron
las ideas neoliberales, sino que se beneficiaron directamente de la destrucción
que estas ideas provocaban. Empresas privadas administraron cárceles,
hospitales, sistemas de agua, electricidad e incluso funciones militares. En
Irak, tras la invasión liderada por Estados Unidos, se estableció un modelo de
reconstrucción basado en contratos millonarios para empresas extranjeras. Esta
reconstrucción excluyó a la población local y benefició a un pequeño grupo de
compañías con conexiones políticas. La guerra, en este sentido, no fue un
error, sino una oportunidad de negocio.
Uno de
los logros más impactantes del neoliberalismo, según Klein, fue lograr que sus
fracasos fueran interpretados como problemas de implementación, no como
defectos del modelo en sí. Cada vez que una reforma neoliberal provocaba
pobreza, desempleo o colapso social, se decía que no se había aplicado de
manera suficientemente pura. Esto permitió una y otra vez volver a imponer las
mismas medidas, incluso cuando ya se había demostrado que generaban
sufrimiento.
El
efecto acumulado de estas políticas ha sido devastador para millones de
personas. Las privatizaciones han dejado sin acceso a servicios básicos a
grandes sectores de la población. La apertura indiscriminada de los mercados ha
destruido industrias locales y empleos. La retirada del Estado ha debilitado
las redes de protección social. Y el miedo permanente ha fragmentado a las
sociedades, debilitando la solidaridad. En muchos casos, la transición al libre
mercado se ha vivido como una forma de guerra económica.
Lo más
alarmante es que la doctrina del shock se ha convertido en una herramienta
flexible que se adapta a todo tipo de crisis. No solo se aplica en contextos de
guerra o dictadura, sino también frente a desastres naturales, pandemias,
crisis financieras y emergencias climáticas. Tras el tsunami en Asia o el
huracán Katrina en Estados Unidos, por ejemplo, se aprovecharon las catástrofes
para expulsar comunidades pobres y entregar terrenos valiosos a inversionistas.
En palabras de Klein, “el desastre se convirtió en una oportunidad para imponer
una arquitectura social completamente nueva”.
Este
modelo genera una división cada vez más marcada entre quienes tienen acceso a
seguridad, servicios y oportunidades, y quienes son excluidos y expuestos a la
precariedad constante. Se configura lo que Klein llama un “apartheid del
desastre”, donde el mundo se divide en zonas protegidas y zonas desprotegidas.
En las zonas protegidas, se vive con comodidades y estabilidad. En las
desprotegidas, se vive con miedo, pobreza y violencia. Esta división no es
natural, sino construida por decisiones políticas.
Bajo
esta perspectiva, la expansión del neoliberalismo ha sido acompañada por una
narrativa que lo presenta como la única opción racional y moderna. Esta visión
elimina cualquier alternativa ideológica y condena al olvido los sistemas
económicos que promueven la equidad y la justicia social. El modelo no se
impuso solo mediante reformas económicas, sino también con una campaña cultural
que reconfiguró los valores sociales. Se promovió la competencia individual
como virtud, se celebró la eficiencia empresarial por encima del bien común y
se demonizó al Estado como ineficiente y corrupto. Esta guerra simbólica fue
tan efectiva como la económica, ya que moldeó subjetividades y naturalizó la
desigualdad.
Un punto
de inflexión en esta doctrina fue la transición del uso de la represión
violenta hacia mecanismos más sutiles y económicos. En países como Bolivia y
Polonia, la presión para aplicar ajustes estructurales vino de instituciones
financieras como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Estos
organismos condicionaron sus préstamos a la implementación de políticas
neoliberales, lo que dejó a los gobiernos democráticamente elegidos con escaso
margen de maniobra. Klein explica que “los líderes no tenían elección: si no
aceptaban el paquete completo de reformas, el país se quedaba sin acceso al
crédito internacional”. Esta coerción financiera mostró que la democracia podía
ser anulada sin necesidad de un golpe militar.
Por otra
parte, el colapso de la Unión Soviética fue presentado por muchos como la
victoria definitiva del libre mercado. Sin embargo, la forma en que se
introdujo el capitalismo en Rusia demuestra que no se trató de una transición
democrática, sino de una imposición traumática. La privatización masiva y
acelerada de empresas estatales permitió el surgimiento de una élite
multimillonaria mientras millones de personas caían en la pobreza. Este proceso
fue acompañado por una violencia estructural que desmanteló los lazos sociales,
revelando que el verdadero objetivo no era la libertad, sino la acumulación de
poder económico.
A lo
largo del libro, se revela también la profunda conexión entre el poder
corporativo y el aparato estatal. Las llamadas “puertas giratorias” entre
empresas privadas y cargos públicos consolidan un sistema donde las decisiones
se toman en función de intereses empresariales. Esto ha llevado a la
privatización de áreas tan sensibles como la seguridad, la inteligencia o la
educación. La consecuencia es una pérdida de soberanía ciudadana y una
concentración sin precedentes del poder económico. En palabras de Klein, “ya no
hay separación entre el Estado y las grandes corporaciones: han comenzado a
fusionarse en un nuevo tipo de régimen”.
La
doctrina del shock, tal como la expone Naomi Klein, no es solo una teoría
económica, sino una maquinaria ideológica, política y cultural que ha moldeado
el mundo contemporáneo a través del dolor, la manipulación y el aprovechamiento
sistemático del trauma colectivo. A lo largo de distintas geografías y décadas,
se revela un patrón claro: la imposición de reformas de mercado radicales no
responde a un proceso natural de modernización, sino que depende del
debilitamiento deliberado de las sociedades, ya sea por medio de golpes
militares, colapsos económicos o desastres naturales. En estos momentos de
vulnerabilidad, las decisiones que afectan el destino de millones son tomadas
sin consulta, sin democracia y con una clara orientación hacia los intereses de
las élites económicas.
Este
modelo ha despojado a los pueblos de sus recursos, sus derechos laborales, sus
redes comunitarias y, en muchos casos, de su memoria histórica. Como afirma
Klein, “las sociedades tienen un umbral de dolor, y la estrategia consiste en
ir siempre un paso más allá”, utilizando el shock no como un accidente, sino
como una herramienta central de transformación social. La historia que se ha
intentado borrar en nombre del progreso nos demuestra que no hubo errores ni
excesos, sino una lógica coherente que asocia el sufrimiento con la
reestructuración neoliberal. Las consecuencias de este enfoque han sido
devastadoras: pobreza estructural, desigualdad creciente, Estados debilitados y
democracias condicionadas.
Sin
embargo, el recorrido también deja lugar a la esperanza. Las múltiples formas
de resistencia, desde la organización barrial hasta los movimientos sociales
internacionales, demuestran que el neoliberalismo no ha triunfado sin
oposición. La reconstrucción de la memoria colectiva, la exigencia de justicia
histórica y la defensa del bien común son caminos fundamentales para enfrentar
esta doctrina. La conciencia crítica es el primer paso hacia una transformación
verdadera, y este libro se convierte en una herramienta clave para ese
despertar.
Frente a
este panorama, el libro de Klein no se limita a denunciar. También llama a
resistir. A lo largo de sus páginas, aparecen historias de comunidades que han
dicho “NO” a las privatizaciones, que han recuperado bienes comunes, que han
organizado redes de apoyo mutuo. Estos gestos, aunque muchas veces pequeños y
silenciados, muestran que otro camino es posible. La recuperación de lo
público, el fortalecimiento de la democracia participativa y la construcción de
economías más justas son respuestas urgentes al modelo del shock.
Además,
la autora propone que es fundamental defender la memoria. Recordar cómo se
impusieron las reformas económicas, cómo se usó el miedo y quiénes se
beneficiaron, es parte del proceso de sanación colectiva. La desmemoria
favorece la repetición. Por eso es importante nombrar, reconstruir los hechos y
mantener viva la historia de las resistencias. Como dice Klein, “quien controla
la narrativa del pasado tiene poder sobre el futuro”.
De esta
forma, La doctrina del shock nos invita a pensar críticamente el mundo
que habitamos. Nos recuerda que muchas de las decisiones que afectan nuestras
vidas no son inevitables ni neutrales. Han sido tomadas en momentos de
vulnerabilidad social, bajo presión y con fines que no siempre se corresponden
con el bienestar común. Comprender esto es el primer paso para transformar esa
realidad.
A medida
que el planeta enfrenta desafíos tan graves como el cambio climático, las
pandemias o las guerras por recursos, el riesgo de que se sigan aplicando
terapias de shock es cada vez mayor. Por eso, es urgente construir una sociedad
más resiliente, con instituciones democráticas sólidas, con capacidad para
proteger a los más vulnerables y con una ciudadanía informada y activa. No se
trata solo de resistir el próximo shock, sino de evitar que el shock siga
siendo una forma de gobernar.
En definitiva, el análisis de La doctrina del shock invita a rechazar la naturalización de la desigualdad y a cuestionar los relatos oficiales que justifican el sufrimiento como precio del desarrollo. Frente a un modelo que ha intentado rehacer el mundo a partir del vacío, la reflexión y la organización social se convierten en actos profundamente subversivos. Porque como bien recuerda Klein, “la historia no es un laboratorio. Las personas no son experimentos”.
REFERENCIA BIBLIOGRÁFICA
Klein,
N. (2006). La doctrina del shock: El auge del capitalismo del desastre. Titivillus.
http://www.solidaridadobrera.org/ateneo_nacho/biblioteca.html
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