Transdiagnóstico: nueva frontera en psicología clínica
Transdiagnóstico: nueva frontera en psicología clínica.
Las
fronteras de la psicología clínica no se han trazado con bisturíes, sino con
categorías. Durante décadas, los trastornos mentales han sido diseccionados en
diagnósticos discretos, etiquetados y clasificados en catálogos como el DSM,
cada uno dotado de su propio arsenal terapéutico y de su correspondiente teoría
etiológica. Sin embargo, bajo la superficie de esa aparente diversidad clínica,
se esconde una verdad inquietante: los trastornos se solapan, sus síntomas se
entrecruzan, y sus causas, lejos de ser exclusivas, parecen compartir un tejido
común.
En
este contexto, el artículo Transdiagnóstico: nueva frontera en psicología
clínica, de Bonifacio Sandín, Paloma Chorot y Rosa M. Valiente, emerge como
un manifiesto que cuestiona las premisas tradicionales de la psicopatología y
propone una alternativa integradora: comprender la enfermedad mental no a
partir de sus nombres, sino de sus mecanismos. Este ensayo busca explorar
críticamente esta propuesta, evaluando su potencial transformador, sus
fundamentos conceptuales y sus implicaciones clínicas, al tiempo que reflexiona
sobre las tensiones epistemológicas que la habitan.
En
la primera línea del texto, una sentencia de Heráclito actúa como umbral
filosófico: el sol es nuevo cada día. Esta metáfora no es un simple
recurso literario; condensa el espíritu de la propuesta transdiagnóstica:
abandonar la rigidez categorial y abrazar la mutabilidad, la fluidez, la
convergencia. Frente a una psicología clínica atrapada en un laberinto de diagnósticos
inflacionarios, el transdiagnóstico ofrece una salida que no consiste en añadir
nuevas categorías, sino en disolver sus límites. El punto de partida es claro: el
enfoque categorial, aunque práctico, ha generado una inflación diagnóstica y
una comorbilidad tan frecuente que cuestiona su validez estructural. En
palabras del artículo, la existencia de comorbilidad suele ser la norma más
que la excepción.
La
crítica al modelo categorial se apoya en una evidencia epidemiológica sólida.
Trastornos como la depresión, los trastornos de ansiedad, el abuso de
sustancias y el trastorno obsesivo-compulsivo muestran tasas de comorbilidad
superiores al 60%, e incluso del 90% en algunos casos. Esta redundancia
diagnóstica no es un fenómeno trivial, sino un síntoma estructural de una
psicopatología que ha confundido descripción con explicación. Si múltiples
etiquetas describen un mismo malestar, quizá la fragmentación diagnóstica sea
un artefacto de la nomenclatura más que una propiedad del fenómeno. En este
sentido, el enfoque transdiagnóstico no se presenta como una negación del
diagnóstico, sino como una reformulación desde los procesos etiopatogénicos
comunes que atraviesan múltiples cuadros clínicos.
Más
que una innovación radical, el transdiagnóstico puede leerse como una síntesis
de tradiciones dispares que han bordeado esta concepción sin nombrarla
explícitamente. El artículo traza una genealogía conceptual que remite a
figuras fundacionales: Mowrer, Skinner y Wolpe, con su acento en el
condicionamiento como principio general; Beck y Ellis, con sus teorías
cognitivas que identifican esquemas disfuncionales compartidos entre
distintos trastornos; y Eysenck, con su formulación dimensional de la
personalidad, donde constructos como el neuroticismo operan como ejes
transversales de vulnerabilidad psicopatológica. La novedad del enfoque reside,
por tanto, no tanto en los conceptos que propone, sino en la reconfiguración
epistemológica que implica pensar la psicopatología desde la confluencia, no
desde la diferencia.
Uno
de los argumentos más persuasivos del texto es la sistematización de los
mecanismos transdiagnósticos, muchos de los cuales han sido identificados en
contextos clínicos diversos. El perfeccionismo clínico, la intolerancia
emocional, la baja autoestima, la auto-focalización atencional, la evitación
experiencial y la rumiación son algunos de los procesos que se describen como factores
comunes implicados en el mantenimiento de una amplia gama de trastornos.
Esta aproximación permite concebir el sufrimiento psíquico no como una suma de
síntomas, sino como una manifestación de disfunciones en el procesamiento
emocional y cognitivo. En esta clave, la comorbilidad deja de ser un problema
clínico para convertirse en un indicio empírico de la validez del enfoque
transdiagnóstico.
Especial
relevancia cobra el modelo tripartito de Clark y Watson, retomado y ampliado
por los autores. Este modelo distingue entre afecto negativo (como base común a
la ansiedad y la depresión), afecto positivo (específicamente asociado a la
depresión) e hiperactivación fisiológica (vinculada a la ansiedad). La
arquitectura jerárquica de esta formulación permite explicar tanto la
comorbilidad como la especificidad de ciertos cuadros, sin caer en una
disolución generalizante de las diferencias clínicas. De hecho, el artículo
enfatiza la necesidad de evitar una falsa dicotomía entre enfoques
dimensionales y categoriales, proponiendo una integración que permita una
clasificación más coherente y útil clínicamente.
El
análisis psicopatológico se complementa con una propuesta terapéutica concreta:
la terapia cognitivo-conductual transdiagnóstica. En este punto, el artículo
adquiere una dimensión pragmática sin renunciar a su rigor teórico. La TCC
transdiagnóstica no es simplemente un protocolo genérico, sino una estrategia
terapéutica orientada a intervenir sobre procesos comunes con independencia del
diagnóstico formal del paciente. Esta aproximación ha demostrado ser eficaz
en formatos grupales, especialmente en trastornos emocionales, donde se
constata que los mismos principios terapéuticos (reestructuración cognitiva,
exposición, prevención de evitación emocional) pueden aplicarse con éxito a
múltiples diagnósticos.
El
énfasis en los procesos transdiagnósticos no implica una renuncia a la
especificidad. Muy al contrario, permite diseñar intervenciones más flexibles y
personalizadas, ya que se centra en las dinámicas que sostienen el malestar más
allá de sus manifestaciones clínicas. Este enfoque responde también a una
necesidad estructural de los sistemas de salud, que requieren tratamientos
eficientes y escalables para poblaciones con alta comorbilidad. En este
sentido, la TCC transdiagnóstica representa una forma de racionalización
clínica que no sacrifica la calidad terapéutica en nombre de la generalización,
sino que la redefine en términos de eficacia funcional.
Sin
embargo, el entusiasmo que despierta esta perspectiva no debe hacernos perder
de vista sus límites epistemológicos. El riesgo de una visión excesivamente
integradora es la dilución de las diferencias clínicas que, aunque
estructuralmente conectadas, poseen matices relevantes en su expresión,
evolución y respuesta al tratamiento. Además, la conceptualización de los
factores transdiagnósticos, aunque prometedora, aún requiere mayor validación
empírica, especialmente en lo que respecta a su especificidad diferencial y
su papel en la etiología versus el mantenimiento de los trastornos. El
artículo reconoce estos desafíos, subrayando que la investigación futura
deberá esclarecer en qué medida los procesos identificados son causas,
correlatos o consecuencias de la psicopatología.
Otro
aspecto crítico es el equilibrio entre teoría y praxis. Si bien el
transdiagnóstico se presenta como una alternativa científica frente a la
proliferación de terapias “de nueva ola” sin base empírica, corre el riesgo de
convertirse en una nueva ortodoxia si no mantiene una vigilancia constante
sobre sus propios supuestos. La integración no puede devenir eclecticismo sin
criterio, ni la generalización puede ignorar la singularidad de la experiencia
clínica. El valor del transdiagnóstico reside precisamente en su capacidad para
tejer puentes entre modelos, no en erigirse como un nuevo modelo hegemónico.
En
última instancia, el enfoque transdiagnóstico propone una psicología clínica
más coherente, menos fragmentada, más sensible a la complejidad del sufrimiento
humano. Su mayor virtud no es haber descubierto algo radicalmente nuevo, sino
haber dado forma teórica y clínica a una intuición largamente compartida por
los profesionales: que la mente no sufre en compartimentos estancos, y que las
categorías diagnósticas son mapas, no territorios. Como señala el artículo, el
transdiagnóstico no elimina la necesidad del diagnóstico, pero lo somete a
revisión, lo reconfigura como una hipótesis clínica más que como un veredicto.
En
tiempos donde la salud mental enfrenta una demanda creciente y una presión por
demostrar eficacia, el transdiagnóstico ofrece una vía para pensar y tratar lo
común sin despreciar lo singular. Su desafío es no sucumbir al reduccionismo, y
su promesa, construir una psicología clínica que, al igual que el sol
heraclíteo, se renueve cada día en su manera de comprender y aliviar el
sufrimiento humano.
Referencia
bibliográfica:
Sandín,
B., Chorot, P., & Valiente, R. M. (2012). Transdiagnóstico: nueva
frontera en psicología clínica. Revista de Psicopatología y Psicología
Clínica, 17(3), 185–203. https://doi.org/10.5944/rppc.vol.17.num.3.2012.11322
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