ALGORITMOS Y CONTROL SOCIAL

ALGORITMOS Y CONTROL SOCIAL

En el corazón de las decisiones que modelan nuestras vidas cotidianas —desde la música que escuchamos hasta las noticias que consumimos y las personas con quienes interactuamos— habita una presencia invisible pero omnipresente: el algoritmo. Esta entidad matemática, que hasta hace pocos años era objeto exclusivo de los ingenieros informáticos, se ha convertido en el principal instrumento de mediación entre el sujeto y el mundo. Su capacidad para clasificar, filtrar y predecir comportamientos le ha conferido un poder inédito en la historia humana, dando lugar a nuevas formas de control social que no dependen de la coacción física, sino de la manipulación de la información y la orientación de la atención. En este escenario, donde el poder ya no se impone a través de la fuerza, sino de la programación, los algoritmos se constituyen como el nuevo lenguaje de la dominación. Este ensayo explora el papel de los algoritmos como tecnologías de poder, su incidencia en las dinámicas psicosociales y las formas en que configuran, normativizan y condicionan la conducta en la era digital.

El punto de inflexión radica en el tránsito desde una sociedad disciplinaria —como la descrita por Foucault (1975)— hacia una sociedad del rendimiento, marcada por la autoexplotación, la vigilancia difusa y la autogestión de la exposición digital. Los algoritmos, en este nuevo régimen, operan como dispositivos de control que actúan en silencio, sin necesidad de imponer castigos o delimitar espacios físicos. Su lógica no es la de la sanción explícita, sino la de la sugerencia personalizada, el feed curado, el estímulo intermitente. Mediante técnicas de machine learning, los algoritmos aprenden de nuestras elecciones pasadas para ofrecernos una versión del mundo a la medida de nuestras preferencias, reforzando así sesgos cognitivos, burbujas de filtrado y cámaras de eco que limitan el pensamiento crítico y la diversidad informativa (Pariser, 2011). En otras palabras, no nos imponen una verdad, sino que nos ocultan todas las demás.

Esta forma de control, sin embargo, no es percibida como tal por el sujeto digital. Muy al contrario, suele ser interpretada como comodidad, eficiencia o personalización, lo que evidencia su carácter profundamente hegemónico. Como señala Zuboff (2019), el capitalismo de vigilancia se nutre de la ilusión de libertad para operar una explotación masiva de datos conductuales, que luego son convertidos en predicciones comercializables. Así, el control no se ejerce sobre cuerpos que deben ser disciplinados, sino sobre flujos de datos que deben ser optimizados, monetizados y redirigidos hacia objetivos empresariales. De esta manera, la arquitectura algorítmica sustituye al panóptico: ya no se trata de ver sin ser visto, sino de predecir sin ser interrogado.

El impacto psicosocial de esta dinámica es profundo y multifacético. En primer lugar, se produce una transformación en la agencia del sujeto. En contextos donde cada acción es registrada, analizada y retroalimentada, la autonomía se ve condicionada por estructuras algorítmicas que delimitan el campo de lo posible. Las decisiones, aunque formalmente libres, están previamente encauzadas por los patrones de visibilidad que determinan qué opciones se presentan y cuáles se invisibilizan. En este sentido, el algoritmo no solo actúa como filtro, sino como estructurador del entorno simbólico. La influencia social ya no depende únicamente de pares o figuras de autoridad, sino de sistemas inteligentes que modulan la exposición y la accesibilidad de ciertos discursos, ideas o identidades (Gillespie, 2014).

Este proceso tiene implicaciones claras en la formación de opiniones, en la construcción de identidades y en la configuración de climas sociales. Las redes sociales, guiadas por algoritmos que priorizan el contenido emocionalmente intenso, tienden a polarizar el debate público, favoreciendo la radicalización ideológica y el enfrentamiento tribal. Las emociones negativas como el enojo o la indignación obtienen mayor visibilidad, lo que incentiva dinámicas de confrontación y disolución del diálogo (Brady, Wills, Jost, Tucker & Van Bavel, 2017). En este contexto, los algoritmos se convierten en agentes activos del malestar social, no por su intencionalidad, sino por su arquitectura de diseño, que premia la atención y penaliza la complejidad.

Además, el control algorítmico se manifiesta en el ámbito económico, generando nuevas jerarquías de poder basadas en el dominio de los datos y las capacidades predictivas. Las grandes corporaciones tecnológicas, conocidas como GAFAM (Google, Apple, Facebook, Amazon y Microsoft), concentran no solo recursos económicos, sino también la infraestructura epistémica del mundo digital. Esta concentración permite definir qué se ve, qué se vende y qué se valora en la economía de la atención. En este marco, el algoritmo no es un instrumento neutral, sino un operador político que modela la experiencia del usuario en función de objetivos mercantiles. Las decisiones algorítmicas, aunque técnicas en apariencia, están impregnadas de valores, ideologías y sesgos sociales que reproducen —y a menudo amplifican— desigualdades existentes (Eubanks, 2018).

La psicología social debe, por tanto, abandonar la noción ingenua de que el comportamiento humano se desarrolla en un vacío digital neutro. Al contrario, debe asumir que las plataformas están diseñadas para moldear la conducta, reforzar hábitos, inducir emociones y optimizar conversiones. La persuasión en la era algorítmica no opera mediante discursos explícitos, sino a través de la manipulación estructural del entorno digital, lo que la hace más insidiosa y efectiva. A este respecto, estudios sobre el diseño persuasivo (o persuasive design) muestran cómo técnicas como la recompensa variable, la escasez artificial y las notificaciones constantes activan mecanismos dopaminérgicos que generan dependencia y reducen la capacidad de autorregulación (Fogg, 2003; Alter, 2017). El resultado es una población cada vez más conectada, pero también más vigilada, más manipulada y más ansiosa.

En este escenario, el control social se ejerce también mediante la puntuación social, las métricas de rendimiento y los sistemas de reputación digital, como ocurre en aplicaciones de movilidad, plataformas laborales o foros de consumidores. Estos sistemas trasladan la lógica de evaluación constante a todos los ámbitos de la vida, configurando una sociedad donde el valor del individuo está condicionado por su rendimiento observable y cuantificable. Esta forma de control se interioriza rápidamente, promoviendo un narcisismo competitivo que sustituye la cooperación por la autoexposición permanente. Como señala Han (2014), el sujeto contemporáneo ya no es explotado por otro, sino por sí mismo, en un régimen de positividad donde la vigilancia se vuelve voluntaria y el control, deseado.

Sin embargo, no todo está perdido. Existen también movimientos de resistencia algorítmica que buscan desactivar o al menos tensionar el poder de estas estructuras. Proyectos de software libre, comunidades de hacking ético, propuestas de alfabetización digital crítica y estudios sobre justicia algorítmica emergen como formas de subversión ante la automatización del control. La psicología social puede y debe aliarse con estas iniciativas, aportando marcos teóricos para comprender cómo se forman las creencias, cómo se legitiman las jerarquías simbólicas y cómo puede articularse una agencia colectiva informada, ética y transformadora. En este sentido, pensar en términos de psicopolítica implica no solo comprender los mecanismos de control, sino imaginar formas alternativas de convivencia digital que prioricen la transparencia, la diversidad y el bienestar común.

Asimismo, es fundamental desarrollar herramientas epistemológicas para desnaturalizar el discurso tecnocientífico que presenta a los algoritmos como entes objetivos e infalibles. Este discurso, que se apoya en una lógica positivista, invisibiliza el hecho de que toda decisión algorítmica se basa en una cadena de elecciones humanas: qué datos se recopilan, qué variables se priorizan, qué resultados se optimizan. Como han demostrado O’Neil (2016) y Noble (2018), los algoritmos pueden consolidar prácticas discriminatorias si no se diseñan con criterios de equidad, rendición de cuentas y justicia social. La psicología social debe, por tanto, integrar una dimensión ética en el análisis del comportamiento digital, asumiendo que la neutralidad no es una opción cuando se trata de tecnologías que moldean la vida.

En definitiva, los algoritmos constituyen hoy el núcleo de un nuevo régimen de poder que redefine los límites de la subjetividad, la agencia y el control social. Su capacidad para operar de manera silenciosa, personalizada y ubicua los convierte en herramientas eficaces para modelar conductas, orientar decisiones y consolidar jerarquías. Pero también abren un campo de posibilidades para la resistencia, la creatividad y la reapropiación del entorno digital. El reto, desde la psicología social, es doble: por un lado, desentrañar los mecanismos mediante los cuales el algoritmo configura la experiencia; por otro, contribuir a la construcción de una ciudadanía crítica, capaz de negociar su lugar en un ecosistema tecnopolítico que ya no es el futuro, sino el presente.

REFERENCIAS

Alter, A. (2017). Irresistible: La adicción a la tecnología y el negocio de mantenernos enganchados. Paidós.

Brady, W. J., Wills, J. A., Jost, J. T., Tucker, J. A., & Van Bavel, J. J. (2017). Emotion shapes the diffusion of moralized content in social networks. Proceedings of the National Academy of Sciences, 114(28), 7313–7318.

Eubanks, V. (2018). Automating inequality: How high-tech tools profile, police, and punish the poor. St. Martin’s Press.

Fogg, B. J. (2003). Persuasive technology: Using computers to change what we think and do. Morgan Kaufmann.

Foucault, M. (1975). Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión. Siglo XXI.

Gillespie, T. (2014). The relevance of algorithms. In T. Gillespie, P. Boczkowski & K. Foot (Eds.), Media technologies: Essays on communication, materiality, and society (pp. 167–194). MIT Press.

Han, B. C. (2014). Psicopolítica: Neoliberalismo y las nuevas técnicas de poder. Herder.

Noble, S. U. (2018). Algorithms of oppression: How search engines reinforce racism. NYU Press.

O'Neil, C. (2016). Weapons of math destruction: How big data increases inequality and threatens democracy. Crown Publishing.

Pariser, E. (2011). The filter bubble: What the Internet is hiding from you. Penguin Press.

Zuboff, S. (2019). La era del capitalismo de la vigilancia: La lucha por un futuro humano frente a las nuevas fronteras del poder. Paidós.

 

Comentarios

Entradas más populares de este blog

El shock como estrategia: mecanismos del neoliberalismo global

La InjerenCIA Estadounidense en América Latina y su Legado de Dominación

La Desnaturalización del Imperialismo Cultural en Para leer al Pato Donald de Dorfman y Mattelart