EL LIDERAZGO
EL LIDERAZGO
En un
mundo regido por estructuras colectivas, ningún grupo humano puede funcionar de
forma sostenida sin la presencia —explícita o implícita— de una figura que
oriente, organice y movilice sus esfuerzos. Esa figura es el líder. Pero, ¿qué
es realmente el liderazgo? ¿Un rasgo innato, una construcción social, una
función adaptativa? ¿Es un ejercicio de poder legítimo, una forma de
influencia, o una ilusión compartida por aquellos que buscan dirección en medio
de la incertidumbre? En la psicología social contemporánea, el liderazgo ha
dejado de concebirse como una cualidad individual y estable para pensarse como
un proceso relacional, contextual y dinámico, donde el líder y sus seguidores
co-construyen significados, metas y modos de acción. Este ensayo examina el
fenómeno del liderazgo desde una perspectiva psicosocial compleja, abordando
sus estilos, fundamentos teóricos y consecuencias éticas, en un recorrido que
va desde los clásicos experimentos sobre la autoridad hasta los debates
actuales sobre el liderazgo transformacional, inclusivo y situado en la era
digital.
Desde
sus primeras aproximaciones, la psicología social reconoció que el liderazgo es
una forma particular de influencia social, distinta de la obediencia o la
persuasión, por su capacidad de movilizar voluntades en función de un objetivo
compartido. Kurt Lewin, junto a Lippitt y White (1939), llevó a cabo uno de los
experimentos más influyentes del siglo XX al comparar los efectos de tres
estilos de liderazgo: autocrático, democrático y laissez-faire. El estilo
autocrático, centrado en el control vertical y la toma de decisiones
unipersonal, producía eficiencia a corto plazo pero generaba tensiones,
hostilidad y dependencia. El estilo democrático, basado en la participación y
la cooperación, promovía mayor motivación, cohesión y creatividad. Finalmente,
el laissez-faire, caracterizado por la ausencia de directividad, conducía a la
desorganización y a la pérdida de objetivos comunes. Estos hallazgos marcaron
un cambio de paradigma al demostrar que el liderazgo no es un simple ejercicio
de mando, sino un proceso que afecta emocional, cognitiva y conductualmente a
los miembros del grupo.
Posteriormente,
la investigación sobre liderazgo se expandió a partir de diversos modelos que
buscan explicar qué hace efectivo a un líder. El enfoque de los rasgos, muy
presente en las primeras décadas del siglo XX, postulaba que ciertos atributos
personales —inteligencia, carisma, seguridad— predisponen a una persona a ser
líder. No obstante, estudios como los de Stogdill (1948) demostraron que no
existe un conjunto universal de rasgos que garantice el liderazgo efectivo,
pues el contexto y la naturaleza del grupo influyen decisivamente. A partir de
este hallazgo, surgieron los enfoques situacionales, que sostienen que la
eficacia del liderazgo depende de la adecuación entre el estilo del líder y las
características del grupo o la tarea. El modelo de contingencia de Fiedler
(1967), por ejemplo, sugiere que los líderes orientados a las tareas son más
eficaces en situaciones extremas (muy favorables o muy desfavorables), mientras
que los líderes orientados a las relaciones lo son en contextos intermedios.
Con la
evolución de las teorías sociales, se fue consolidando una mirada más procesual
e interactiva del liderazgo. En lugar de focalizar exclusivamente en las
cualidades del líder, se comenzó a explorar la relación entre líder y
seguidores como una construcción simbólica y emocional. Así surgió el modelo de
liderazgo transformacional, desarrollado por Bass y Avolio (1994), que
distingue entre líderes transaccionales —que operan mediante recompensas y
sanciones— y líderes transformacionales —que inspiran, movilizan y redefinen la
visión compartida del grupo. Este tipo de liderazgo se basa en cuatro
componentes fundamentales: influencia idealizada, motivación inspiradora,
estimulación intelectual y consideración individualizada. Diversas
investigaciones han demostrado que el liderazgo transformacional se asocia con
mayor compromiso organizacional, desempeño y satisfacción laboral (Judge &
Piccolo, 2004).
No
obstante, este modelo también ha sido objeto de críticas por su potencial
idealización del rol del líder y su énfasis en el carisma, que puede volverse
una forma de dominación simbólica. Como advierte Ciulla (1995), el liderazgo
ético no puede reducirse a la eficacia, sino que debe integrar criterios de
justicia, transparencia y responsabilidad. Esta dimensión ética es
particularmente relevante cuando se considera que el liderazgo implica
asimetrías de poder, influencias afectivas profundas y capacidad de moldear
subjetividades. Así, los líderes no solo guían, sino que modelan lo deseable,
lo posible y lo legítimo dentro del grupo.
Desde la
psicología social crítica, se ha propuesto pensar el liderazgo como una
práctica discursiva que organiza sentidos y establece jerarquías simbólicas.
Fairclough (2001), desde el análisis crítico del discurso, sugiere que el
lenguaje del líder no solo describe la realidad, sino que la constituye
performativamente. En esta línea, el liderazgo se convierte en un acto de
producción de subjetividades, donde la narrativa, la retórica y los
dispositivos emocionales juegan un papel central. Esta mirada permite entender
fenómenos como el liderazgo populista, el liderazgo espiritual o el liderazgo
corporativo desde sus efectos estructurantes en el imaginario colectivo.
Además,
los estudios contemporáneos han enfatizado la importancia del liderazgo
inclusivo, especialmente en contextos multiculturales, de género o diversidad
funcional. El liderazgo inclusivo se define como la capacidad de un líder para
valorar las diferencias, garantizar la participación equitativa y promover un
entorno psicológicamente seguro (Nembhard & Edmondson, 2006). En
contraposición al liderazgo tradicional, muchas veces ciego a las desigualdades
estructurales, el enfoque inclusivo reconoce que el poder debe ser distribuido
y que la legitimidad se construye en la horizontalidad. En este marco, las
prácticas de liderazgo no solo se miden por sus resultados, sino por su impacto
en la dignidad, el reconocimiento y la justicia relacional dentro del grupo.
Otra
línea emergente es la del liderazgo distribuido o compartido, en la cual la
figura del líder deja de ser centralizada y se reparte entre múltiples actores
dentro de la organización. Este modelo, aplicado con frecuencia en el ámbito
educativo y organizacional, sostiene que la capacidad de liderar no reside en
una persona, sino en la red de relaciones colaborativas que se establece entre
sus miembros (Spillane, 2006). Este enfoque permite mayor flexibilidad,
adaptabilidad y resiliencia en contextos de alta complejidad, donde el
liderazgo jerárquico resulta insuficiente. Además, fomenta el empoderamiento
colectivo y reduce los riesgos del autoritarismo, al diluir el poder en
procesos de construcción conjunta.
En el
ámbito digital, el liderazgo también ha experimentado transformaciones
significativas. La emergencia de comunidades virtuales, plataformas
colaborativas y movimientos sociales en línea ha dado lugar a formas
descentralizadas de liderazgo, caracterizadas por la horizontalidad, la
viralidad y la autenticidad percibida. El liderazgo digital se basa menos en el
estatus formal y más en la capacidad de generar confianza, construir narrativas
significativas y movilizar audiencias mediante interacciones simbólicas. Como
señalan Haslam et al. (2011), el liderazgo contemporáneo no solo debe ser
eficaz, sino también identitario: debe construir una visión compartida con la
que los miembros del grupo se identifiquen profundamente.
La
neurociencia social también ha comenzado a aportar elementos para comprender
los efectos del liderazgo en el cerebro humano. Investigaciones recientes
muestran que la presencia de un líder empático y motivador puede activar
circuitos neuronales relacionados con la confianza, la cooperación y la
recompensa (Boyatzis et al., 2012). Estas evidencias refuerzan la idea de que
el liderazgo no es un fenómeno meramente racional o funcional, sino también
profundamente emocional y corporal. La figura del líder afecta no solo las
decisiones del grupo, sino su estado emocional colectivo, su capacidad de
enfrentar el estrés y su sentido de propósito.
En suma,
el liderazgo constituye un fenómeno multidimensional que atraviesa la
psicología social, la ética, la política y la cultura. No puede ser comprendido
solo como una capacidad individual, ni como una técnica de gestión. Es, ante
todo, una práctica relacional que articula poder, subjetividad e identidad en
el seno del grupo. En tiempos de incertidumbre, polarización y cambio
acelerado, la demanda de liderazgo se intensifica, pero también se complejiza.
Se requieren líderes que no solo sean capaces de tomar decisiones, sino de
sostener vínculos, escuchar disensos y construir significados colectivos. El
desafío del liderazgo contemporáneo no es el de imponer una dirección, sino el
de abrir caminos donde otros puedan reconocerse como parte activa del proceso.
Solo así será posible ejercer el liderazgo como una práctica emancipadora, y no
como una forma más de dominación simbólica.
REFERENCIAS
Bass, B. M., & Avolio, B. J. (1994). Improving
organizational effectiveness through transformational leadership. Sage
Publications.
Boyatzis, R. E., Rochford, K., & Taylor, S. N.
(2012). The role of the positive emotional attractor in vision and shared
vision: Toward effective leadership, relationships, and engagement. Frontiers
in Psychology, 3, 1–14.
Ciulla, J. B. (1995). Leadership ethics: Mapping the
territory. Business Ethics Quarterly, 5(1), 5–28.
Fairclough, N. (2001). Language and power (2.ª
ed.). Pearson Education.
Fiedler, F. E. (1967). A theory of leadership
effectiveness. McGraw-Hill.
Haslam, S. A., Reicher, S. D., & Platow, M. J.
(2011). The new psychology of leadership: Identity, influence and power.
Psychology Press.
Judge, T. A., & Piccolo, R. F. (2004).
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relative validity. Journal of Applied Psychology, 89(5), 755–768.
Lewin, K., Lippitt, R., & White, R. K. (1939).
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of Social Psychology, 10(2), 271–299.
Nembhard, I. M., & Edmondson, A. C. (2006). Making
it safe: The effects of leader inclusiveness and team psychological safety on
team learning and performance. Academy of Management Journal, 49(6),
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Spillane, J. P. (2006). Distributed leadership.
Jossey-Bass.
Stogdill, R. M. (1948). Personal factors associated
with leadership: A survey of the literature. Journal of Psychology, 25(1), 35–71.
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