LA ATRACCIÓN E INTIMIDACIÓN

LA ATRACCIÓN E INTIMIDACIÓN

En el vasto espectro de las relaciones humanas, pocas fuerzas ejercen un poder tan ambiguo y penetrante como la atracción y la intimidación. Ambas configuran vínculos, moldean jerarquías y condicionan decisiones cotidianas o trascendentales. Mientras que la atracción remite al deseo de acercamiento, al magnetismo interpersonal, la intimidación remite a lo contrario: al poder que paraliza, al control que silencia, a la amenaza que somete. Aunque parecen fenómenos opuestos, comparten una matriz relacional de poder, percepción y emociones intensas. Están en juego no solo los afectos, sino también las estructuras sociales que dictan qué cuerpos son deseables, qué conductas son aceptables y qué formas de interacción son legitimadas. Este ensayo propone una reflexión crítica e interdisciplinaria sobre la atracción y la intimidación, entendidas no como impulsos individuales aislados, sino como dinámicas psicosociales complejas atravesadas por el género, el poder, la cultura y las tecnologías.

Desde la psicología social, la atracción interpersonal ha sido tradicionalmente entendida como un proceso mediante el cual las personas experimentan afinidad, interés o deseo hacia otras. Este fenómeno se ha explicado a partir de múltiples variables, como la proximidad física, la similitud, la reciprocidad y el atractivo físico (Berscheid & Reis, 1998). Por ejemplo, investigaciones clásicas como las de Festinger et al. (1950) muestran cómo la cercanía geográfica incrementa la probabilidad de interacción y, por tanto, de atracción. Del mismo modo, la teoría del reforzamiento sostiene que las personas se sienten atraídas por aquellas que las recompensan emocionalmente, lo cual refuerza el vínculo.

El atractivo físico, sin embargo, no es un simple dato biológico. Está profundamente mediado por normas culturales, construcciones sociales y mandatos estéticos. Lo que en una época o contexto se considera deseable puede ser marginado en otro. En este sentido, la psicología feminista ha cuestionado las nociones universales del atractivo, al demostrar cómo los cánones de belleza responden a lógicas de poder que privilegian ciertos cuerpos y excluyen otros (Wolf, 1991). Así, la atracción se vuelve también un acto político: desear o no desear a alguien puede reproducir o desafiar estructuras sociales.

La intimidación, por su parte, se define como un patrón de conducta deliberada mediante el cual una persona busca infundir temor, inhibir o someter a otra. A diferencia de la atracción, que presupone cierto grado de reciprocidad, la intimidación se impone desde un desequilibrio de poder. Es, en esencia, una forma de control social y psicológico. En contextos educativos, laborales o familiares, puede manifestarse como hostigamiento, amenazas veladas, exclusión o manipulación emocional. Según Einarsen et al. (2003), el acoso psicológico o "mobbing" en el trabajo constituye una de las expresiones más sofisticadas de intimidación contemporánea, y tiene efectos devastadores en la salud mental.

La intersección entre atracción e intimidación se vuelve particularmente crítica en las relaciones de género. Las dinámicas heteronormativas tradicionales han legitimado durante siglos la coerción masculina bajo la apariencia de seducción o galantería. La cultura patriarcal ha naturalizado formas de acercamiento que, lejos de ser genuinamente recíprocas, son profundamente asimétricas y violentas. La línea entre seducción y acoso no es solo una cuestión de intención, sino de contexto, poder y consentimiento. Como señala Brownmiller (1975), la intimidación sexual ha sido históricamente un mecanismo de control colectivo sobre las mujeres, diseñado para mantener su subordinación.

En este marco, el acoso sexual constituye una de las formas más evidentes en que la intimidación se disfraza de atracción. Según la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH, 2011), el acoso sexual se caracteriza por una conducta de naturaleza sexual no deseada que interfiere con el bienestar, la dignidad o el entorno laboral o educativo de una persona. Aunque muchas veces es trivializado como una expresión “natural” del deseo, en realidad se trata de una invasión del espacio corporal y simbólico del otro, que utiliza la atracción como pretexto para ejercer dominio. Esta confusión entre deseo y poder revela cómo la atracción puede ser instrumentalizada como forma de violencia.

En entornos virtuales, esta ambigüedad se intensifica. Las redes sociales, las aplicaciones de citas y los espacios digitales han modificado profundamente las reglas del acercamiento interpersonal. Por un lado, permiten nuevos modos de conexión, expresión afectiva y búsqueda de afinidad. Pero también han facilitado prácticas de intimidación como el ciberacoso, el doxing, el "sextorsion" y el acoso persistente mediante mensajes no deseados. Según estudios recientes, el 41% de las mujeres jóvenes han experimentado alguna forma de acoso en línea con connotación sexual o violenta (Pew Research Center, 2021). Estas cifras reflejan una tendencia alarmante: en el entorno digital, la atracción muchas veces se convierte en una excusa para vulnerar los límites del otro.

En contextos adolescentes, la atracción e intimidación suelen coexistir de manera particularmente conflictiva. La presión de grupo, las expectativas normativas de masculinidad y feminidad, y la inexperiencia emocional pueden llevar a confundir el deseo con el dominio. La figura del adolescente "popular" que acosa o se burla de otros como forma de demostrar poder está presente en numerosos relatos escolares y ha sido ampliamente estudiada en investigaciones sobre bullying relacional (Espelage & Swearer, 2003). En estos casos, la atracción puede ser manipulada como herramienta de intimidación, y la intimidación puede operar como ritual de afirmación identitaria.

Asimismo, la construcción social de la masculinidad ha fomentado modelos relacionales donde la intimidación se interpreta como expresión de seguridad o superioridad. La llamada “masculinidad hegemónica” promueve una imagen del varón como dominante, controlador y sexualmente activo, lo que dificulta el desarrollo de vínculos basados en el respeto y la reciprocidad (Connell & Messerschmidt, 2005). Esta configuración cultural afecta tanto a hombres como a mujeres, al inhibir la expresión emocional genuina, reforzar la violencia simbólica y obstaculizar relaciones equitativas.

En términos neuropsicológicos, tanto la atracción como la intimidación implican activaciones cerebrales intensas vinculadas al sistema límbico. La dopamina y la oxitocina están asociadas a la experiencia del placer y la conexión en la atracción (Fisher et al., 2002), mientras que la intimidación activa mecanismos relacionados con la ansiedad, el miedo y la respuesta de lucha o huida, mediados por la amígdala y el eje hipotalámico-hipofisario-adrenal (LeDoux, 1996). Esta dimensión biológica no es determinista, pero sí evidencia que ambos fenómenos movilizan circuitos afectivos profundos que deben ser abordados desde una perspectiva integral.

Por otro lado, los medios de comunicación y la industria del entretenimiento han contribuido a confundir y erotizar la relación entre atracción e intimidación. Películas, canciones y novelas han romantizado durante décadas relaciones desequilibradas, donde el dominio es presentado como pasión, y el acoso como insistencia amorosa. Esta narrativa refuerza la idea de que el deseo verdadero debe implicar sufrimiento o sometimiento, y reproduce estereotipos de género nocivos. Como advierten Gill y Orgad (2015), esta erotización de la dominación es un fenómeno cultural que perpetúa la desigualdad, incluso cuando se reviste de glamour o libertad sexual.

Frente a estas complejidades, es necesario repensar críticamente las formas en que se educa emocional y afectivamente. La educación sexual integral no debe limitarse a información biológica, sino que debe incluir contenidos sobre consentimiento, límites, reciprocidad y comunicación. La formación en habilidades socioemocionales y en ética del cuidado puede contribuir a desmontar la normalización de la intimidación y promover relaciones basadas en el respeto mutuo. Según UNESCO (2018), los programas de educación sexual que integran estas dimensiones muestran resultados positivos en la prevención de violencia de género y en la mejora de la autoestima y la empatía.

La atracción y la intimidación no son fenómenos que puedan analizarse únicamente en términos de intención individual. Son parte de entramados sociales, culturales y simbólicos que definen lo que es deseable, lo que es tolerable y lo que es castigado. Comprender esta red de significados es imprescindible para transformar las dinámicas que perpetúan el maltrato en nombre del deseo o la atracción. Ello implica un trabajo profundo de deconstrucción de creencias, hábitos y discursos que legitiman la imposición sobre el otro como forma de vínculo.

En conclusión, la atracción y la intimidación son dos polos de una misma matriz relacional: ambas remiten al deseo de impactar al otro, ya sea desde la seducción o desde el temor. Sin embargo, el punto de inflexión ético y político radica en el consentimiento, la simetría y la posibilidad de elección. Una sociedad que erotiza la violencia y confunde poder con deseo está condenada a reproducir vínculos tóxicos y jerárquicos. Por tanto, el desafío contemporáneo no es reprimir la atracción ni negar su poder, sino despojarla de su carga de dominio e inscribirla en una ética del encuentro libre, recíproco y respetuoso. Del mismo modo, es urgente desnaturalizar la intimidación como forma de interacción y restituir la dignidad de los vínculos humanos.

REFERENCIAS

Berscheid, E., & Reis, H. T. (1998). Attraction and close relationships. In D. T. Gilbert, S. T. Fiske, & G. Lindzey (Eds.), The handbook of social psychology (4th ed., Vol. 2, pp. 193–281). McGraw-Hill.

Brownmiller, S. (1975). Against our will: Men, women and rape. Simon and Schuster.

CIDH – Comisión Interamericana de Derechos Humanos. (2011). Violencia y discriminación contra las mujeres en contextos de conflicto armado en América Latina.

Connell, R. W., & Messerschmidt, J. W. (2005). Hegemonic masculinity: Rethinking the concept. Gender & Society, 19(6), 829–859.

Einarsen, S., Hoel, H., Zapf, D., & Cooper, C. L. (2003). Bullying and emotional abuse in the workplace: International perspectives in research and practice. CRC Press.

Espelage, D. L., & Swearer, S. M. (2003). Research on school bullying and victimization: What have we learned and where do we go from here? School Psychology Review, 32(3), 365–383.

Fisher, H., Aron, A., Mashek, D., Li, H., & Brown, L. L. (2002). The neural mechanisms of mate selection: The role of dopamine in attraction and romantic love. Journal of Comparative Neurology, 493(1), 58–62.

Gill, R., & Orgad, S. (2015). The confidence cult(ure). Australian Feminist Studies, 30(86), 324–344.

LeDoux, J. (1996). The emotional brain: The mysterious underpinnings of emotional life. Simon & Schuster.

Pew Research Center. (2021). The state of online harassment.

UNESCO. (2018). International technical guidance on sexuality education: An evidence-informed approach. UNESCO.

Wolf, N. (1991). The beauty myth: How images of beauty are used against women. Harper Perennial.

 

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