PENSAMIENTO GRUPAL

PENSAMIENTO GRUPAL

En los momentos más críticos de la historia, cuando naciones han decidido entrar en guerras injustificadas, corporaciones han ocultado fraudes masivos o se han ejecutado desastres organizacionales previsibles, una pregunta ha persistido en la mente de psicólogos sociales y analistas institucionales: ¿cómo es posible que grupos formados por personas inteligentes, racionales y con información suficiente, tomen decisiones colectivas desastrosas? Esta paradoja ha encontrado una respuesta esclarecedora en el concepto de pensamiento grupal, o groupthink, un fenómeno psicológico que amenaza el juicio crítico cuando el deseo de mantener la cohesión interna del grupo eclipsa la racionalidad y la deliberación. El presente ensayo analiza rigurosamente este fenómeno, su dinámica, condiciones facilitadoras y consecuencias, integrando investigaciones clásicas y contemporáneas, con el propósito de evidenciar su vigencia en múltiples esferas sociales y su impacto en la toma de decisiones colectivas.

El término “pensamiento grupal” fue acuñado por Irving Janis (1972), quien lo definió como “un modo de pensamiento que las personas adoptan cuando están profundamente involucradas en un grupo cohesionado, y cuando los esfuerzos de los miembros por lograr un consenso anulan su motivación para evaluar críticamente las alternativas”. Esta definición, lejos de limitarse a la descripción de un sesgo cognitivo, implica un fenómeno estructural y psicosocial: una transformación en la dinámica del razonamiento colectivo que privilegia la armonía superficial por encima del análisis riguroso. A partir del estudio de decisiones políticas catastróficas —como la invasión a la Bahía de Cochinos en Cuba (1961)— Janis identificó patrones comunes en grupos de alto prestigio donde el exceso de cohesión, la homogeneidad ideológica y la presión para conformar consenso inhibían la disidencia, promoviendo decisiones altamente defectuosas.

Entre los síntomas más característicos del pensamiento grupal se encuentran la ilusión de invulnerabilidad, la racionalización colectiva, la creencia en la superioridad moral del grupo, la estigmatización de los opositores, la presión directa sobre los disidentes, la autocensura y la ilusión de unanimidad (Janis, 1982). Estos indicadores configuran una atmósfera donde el pensamiento divergente es silenciado, la duda es considerada traición y el debate informado es desplazado por la obediencia tácita. En este sentido, el pensamiento grupal representa una patología del consenso: no el acuerdo racional basado en deliberación crítica, sino la sumisión al grupo como mecanismo de supervivencia psicosocial.

Desde la psicología social, este fenómeno se enmarca en procesos más amplios de influencia normativa, presión de conformidad y supresión del juicio individual. Los experimentos pioneros de Solomon Asch (1951), que mostraron cómo las personas están dispuestas a conformarse con opiniones evidentemente erróneas si son sostenidas por la mayoría, ofrecen una base empírica para comprender cómo el deseo de pertenencia puede doblegar la evidencia perceptual. A diferencia de los efectos del liderazgo autoritario, el pensamiento grupal surge incluso en grupos que se perciben democráticos, ilustrando que no es necesario el autoritarismo explícito para que se imponga el conformismo: basta la búsqueda no cuestionada de consenso.

Uno de los factores que más contribuye a la aparición del pensamiento grupal es el alto grado de cohesión social, combinado con un aislamiento del grupo respecto a perspectivas externas. Cuando los miembros comparten una historia común, fuertes vínculos afectivos y visiones ideológicas similares, pueden desarrollar un sesgo de confirmación mutua que refuerza la narrativa interna y desacredita las críticas externas. Además, el liderazgo directivo, la existencia de normas implícitas que sancionan el disenso, y las situaciones de alta presión o crisis, son condiciones que exacerban la necesidad de unidad, sacrificando la deliberación abierta (Neck & Moorhead, 1995).

La psicología organizacional ha documentado múltiples ejemplos de decisiones fallidas como consecuencia del pensamiento grupal. Un caso paradigmático es el desastre del transbordador espacial Challenger (1986), donde ingenieros y administradores de la NASA omitieron advertencias técnicas sobre fallos en los anillos de sellado, debido a la presión por mantener el cronograma y el consenso interno. Estudios posteriores identificaron la supresión de objeciones técnicas, la racionalización colectiva de los riesgos y una atmósfera donde la crítica era vista como una amenaza a la imagen institucional (Vaughan, 1996). De igual modo, en el mundo empresarial, el colapso de compañías como Enron y Lehman Brothers ha sido atribuido, en parte, a dinámicas de pensamiento grupal que suprimieron señales de alerta financiera y éticas (Scharfstein & Stein, 2000).

Pero el pensamiento grupal no es exclusivo de las organizaciones formales; también ocurre en movimientos sociales, grupos religiosos y comunidades digitales. En estos espacios, donde las ideas compartidas se transforman en dogmas identitarios, la pluralidad epistémica es reemplazada por la homogeneidad argumentativa. Las redes sociales, por ejemplo, facilitan la formación de cámaras de eco donde los algoritmos privilegian la exposición a contenidos afines, reforzando burbujas ideológicas que consolidan el pensamiento grupal virtual. Esta dinámica no solo limita la diversidad cognitiva, sino que exacerba la polarización política y la radicalización de creencias (Sunstein, 2001).

Desde una perspectiva evolutiva, se ha sugerido que el pensamiento grupal puede haber tenido funciones adaptativas. La cohesión grupal y la conformidad permitieron la coordinación en situaciones de supervivencia, facilitando decisiones rápidas y cooperación en ambientes hostiles. No obstante, en contextos complejos donde se requiere deliberación técnica, pensamiento crítico y evaluación de consecuencias a largo plazo, esta misma tendencia se convierte en una desventaja cognitiva colectiva (Kerr & Tindale, 2004). Así, el pensamiento grupal puede entenderse como una herencia evolutiva mal adaptada a los desafíos actuales de la toma de decisiones racional.

Frente a esta amenaza, múltiples estrategias han sido propuestas para prevenir o mitigar el pensamiento grupal. Una de ellas es la institucionalización del abogado del diablo: un rol explícitamente asignado para cuestionar las decisiones predominantes. También se ha propuesto fomentar la heterogeneidad de los equipos, promover un liderazgo participativo que legitime el disenso y adoptar métodos deliberativos estructurados como el brainstorming y la toma de decisiones escalonadas (Nemeth & Nemeth-Brown, 2003). La inclusión de evaluaciones externas y la rotación de roles también pueden introducir perspectivas frescas y evitar la cristalización de dinámicas cerradas.

Sin embargo, estas estrategias solo serán eficaces si se reconoce que el pensamiento grupal no es una desviación ocasional, sino una tendencia inherente a la vida grupal humana. Como advierten Turner y Pratkanis (1998), el sesgo hacia la conformidad no se elimina con técnicas aisladas, sino con una cultura organizacional que valore la crítica, la diversidad cognitiva y el desacuerdo informado. La verdadera prevención del pensamiento grupal requiere democratizar el conocimiento, horizontalizar las decisiones y reconocer que la cohesión no debe sacrificarse al precio del pensamiento independiente.

En un plano más profundo, el pensamiento grupal plantea dilemas éticos fundamentales: ¿hasta qué punto estamos dispuestos a renunciar a nuestras convicciones personales por no desafiar a la mayoría? ¿Qué mecanismos psicológicos nos hacen cómplices de decisiones que, individualmente, no aprobaríamos? Estas preguntas, lejos de ser meramente teóricas, tocan la médula del comportamiento humano en sociedad. Implican reconocer que la racionalidad no es solo un atributo individual, sino un logro colectivo, frágil y amenazado constantemente por las dinámicas del grupo.

En suma, el pensamiento grupal representa un fenómeno insidioso pero omnipresente, que pone en tensión el equilibrio entre cohesión social y juicio crítico. Su estudio, lejos de ser un ejercicio académico, constituye una herramienta indispensable para comprender cómo se toman decisiones en contextos de poder, crisis o incertidumbre. Desde salas de juntas hasta movimientos sociales, desde gabinetes presidenciales hasta comunidades en línea, el pensamiento grupal opera como una fuerza silenciosa que deforma la deliberación y sacrifica la disidencia en nombre del consenso. El desafío contemporáneo es aprender a identificarlo, desmontarlo y construir culturas institucionales que protejan la disidencia informada como pilar de la racionalidad colectiva.

REFERENCIAS

Asch, S. E. (1951). Effects of group pressure upon the modification and distortion of judgments. In H. Guetzkow (Ed.), Groups, leadership and men (pp. 177–190). Carnegie Press.

Janis, I. L. (1972). Victims of groupthink: A psychological study of foreign-policy decisions and fiascoes. Houghton Mifflin.

Janis, I. L. (1982). Groupthink: Psychological studies of policy decisions and fiascoes (2nd ed.). Houghton Mifflin.

Kerr, N. L., & Tindale, R. S. (2004). Group performance and decision making. Annual Review of Psychology, 55, 623–655. https://doi.org/10.1146/annurev.psych.55.090902.142009

Nemeth, C., & Nemeth-Brown, B. (2003). Better than individuals? The potential benefits of dissent and diversity for group creativity. In P. Paulus & B. Nijstad (Eds.), Group creativity: Innovation through collaboration (pp. 63–84). Oxford University Press.

Neck, C. P., & Moorhead, G. (1995). Groupthink remodeled: The importance of leadership, time pressure, and methodical decision-making procedures. Human Relations, 48(5), 537–557.

Scharfstein, D. S., & Stein, J. C. (2000). Herd behavior and investment. American Economic Review, 80(3), 465–479.

Sunstein, C. R. (2001). Echo chambers: Bush v. Gore, impeachment, and beyond. Princeton University Press.

Turner, M. E., & Pratkanis, A. R. (1998). Twenty-five years of groupthink theory and research: Lessons from the evaluation of a theory. Organizational Behavior and Human Decision Processes, 73(2–3), 105–115.

Vaughan, D. (1996). The Challenger launch decision: Risky technology, culture, and deviance at NASA. University of Chicago Press.

 

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